En la estación antes de subirme al bus me fumé media cajetilla de cigarrillos, mi alto grado de ansiedad no me permitía pensar en la idea de que no pararíamos durante el largo viaje y que por ende pasaría 17 horas sin nicotina en la sangre. Subí las escaleras del carro para ubicarme en el segundo piso, desde allí yo quería observar el nuevo paisaje para mí y el amanecer del cual me habían dicho que era lo más cercano al cielo que uno pudiese estar en la vida. Eran las 6:00pm, entrar al bus fue como meterse a una heladera, el frio de inmediato se coló por mi nariz como pequeños cuchillos y pronostiqué de inmediato un agobiador viaje. Ubiqué la mejor silla luego de observarlas todas y hallé una en especial que reclinaba un poco más de lo normal, para un viaje tan largo era necesario encontrar lo más parecido a estar en una cama a ver si así lograba conciliar el sueño por los menos unas horas del largo recorrido. Tomé el libro que me había regalado José, un amigo librero, y el viaje comenzó. Al transcurrir un par de horas ya no sentía los dedos de los pies, mis zapatos eran unas cubetas conteniendo un par de hielos, el bus dejó de ser un medio de transporte para convertirse en un refrigerador. Bajé a la cabina de los conductores para solicitar un poco de conciencia, éramos solo tres personas en este cajón con ruedas, comenzaba a llover, no era verano, entonces por qué querían quitarnos el calor que no llevábamos. Bajé unos pequeños escalones que conducían a la cabina, esta era cerrada, como un pequeño espacio infranqueable con un cuartito, corrí una cortina y vi que era un lugar acogedor con radio, desde el parabrisas se podía abarcar toda el paisaje que se pueda con la mirada y la carretera me abarcaba los ojos. Había al lado de la palanca de cambios una canasta donde llevaban mate, un termo y vasos para agua. En el tablero del carro había 6 o 7 controladores y uno de esos marcaba 5 grados. Ahí estaba lo que yo necesitaba, el número de grados por lo cual bajé a protestar. –Buenas noches, le hablé al asistente quien iba cantando una canción de un grupo mexicano Bronco, él me miró y sin esperar a que yo le dijera algo me preguntó — ¿Colombiana? Yo con mi sonrisa helada le dije — Si, paisa para ser más concreta. Vengo a pedirle un favor, ¿puede usted subir la temperatura ya que está muy baja y estoy por sufrir de hipotermia?
El señor de inmediato metió sus dedos en los controladores y buscó un número más alto, ante mis ojos apareció una cajetilla de Marlboro con una candela al, lado mi corazón comenzó a tomar algo de calor. Allí en este cuartito se podía fumar, ellos dos lo hacían, se sentía en el ambiente la mezcla del olor a cigarrillo y cojín, como a mueble antiguo, un olor como a viejito de cafetín, los dedos que estaban en el controlador tenían el color amarillento que deja la nicotina. Lo sentí también en el aliento. — ¿Querés maté?, me preguntó Facundo quien sin separar su mirada de la vía dejaba una mano en la cabrilla y con la otra sacaba la canasta para pasársela al asistente quien estaba buscando un lugar donde no le pegara el viento para encender un cigarrillo. — Bueno, ¿y que tal Colombia, y cómo viven con la guerrilla, y en todas las casas hay plantas de marihuana?, y bueno qué se yo, contame.
No paraba de hacer preguntas sin dejarme responder nada. Yo ya estaba sentada en la silla del asistente mientras el cebaba el mate, encendí un Marlboro y le recibí el mate con las indicaciones de cómo debía tomarlo y en qué momento debía pasarlo. Aproveche una coma entre todos sus cuestionamientos y comenzaba a hablarle de lo equivocado que estaba frente a nuestra situación como país. — Colombiana, Ummmm, le decía facundo al asistente, —Fuma marihuana. Su mirada abandonó la carreta y con una mirada inquisidora concluyó —Fuma marihuana. Yo le miré mientras botaba aceleradamente una bocanada de humo para defenderme, no porque crea que sea pecado fumar yerba sino porque creo que no es lo único que hacemos los colombianos y para decirle que él era el prototipo de personas que se quedan con lo poco o nada que dicen los titulares de las noticias. Tampoco me dejó hablar esta vez y continuó —Yo conozco las personas que consumen ese tipo de cosas, con solo verlas me basta, al mirarlas a los ojos sé cuando la transparencia de estos tiene el color verde de la yerba. Reía duro como si mi cara le contara un buen chiste. — Son a si como tú, me decía; —con ojos grandes y expresivos, nerviosos, se comen las uñas, también hacen este tipo de viajes porque quieren encontrar en las noches de estos paisajes duendes coloridos y paisajes alucinógenos, disque para pensar, para ver mejor, porque, recalcó indicando con el dedo hacia el cielo —a los que yo les preguntaba eso me decían. Continuó —Finalmente me aburrí de ser militar, nunca estuve de acuerdo en tratar mal a nadie , en este país se trata mal a los negros y a los drogadictos. Ahora cómo ves y desde hace 6 años soy conductor de esta ruta voy y vuelvo, voy y vuelvo. Suspiró, esta vez era un punto a parte, los tres mirábamos a la vía sin decir nada, nuestros ojos se encontraron con una larga fila de carros a la cual ahora nos sumábamos. Paró el coche y Facundo descendió, habló con un agente de carreteras que pasaba lentamente en una moto. Facundo subió al bus y nos informó a todos que pasarían tres horas antes de reanudar la marcha debido a un accidente que se había presentado a unos 50mts. Todos los pasajeros y yo bajamos a estirar las piernas, yo caminé un poco por los alrededores, no se veía nada. Facundo me abordó, —Mira Paola ponte las pilas. Ya empezaba a fastidiarme su actitud, acaso quién era, a mi madre la había dejado en Colombia y mi padre hacia 20 años no me reclamaba nada porque yacía unos 20 metros bajo tierra. De nuevo y sin prestarle atención aspiré mi cigarrillo mirándolo fijamente a los ojos, comencé a tranquilizarme con el tema, pensé que ni facundo ni nadie que no viva en mi país tendría la obligación de comprender, iba rumbo a un lindo viaje, ahora sin tanto frio y en la cabina con el conductor y su asistente quienes aparentaban ser buenas personas independiente de la conversación. Se me antojó aburrida la larga espera y dejé a Facundo a un lado para conocer los alrededores, la planicie me enseñaba el mismo paisaje, largas hileras de pasto, cielo negro con estrellas, pocos y pequeños arboles, la tierra de toda esa zona era de color marrón. Una larga lista de carros estaba ahí, la gente apoyada en ellos mirándose, nadie hablaba, tal vez el frio entumeció sus lenguas. Facundo se adentró a una zona del pasto alto. No lo vi más sino hasta cuando comenzaron a avanzar los carros. Abordamos de nuevo el bus y emprendimos la marcha. Regresé a la cabina pues el tema apenas comenzaba y aun no tenia sueño como para ir a buscar mi silla. Además quería dejarles claro cómo era Colombia, —Facundo ¿a usted no se aburre conduciendo en esta carretera tan falta de emoción?, Le pregunté, —En mi región, en Antioquia las carreteras son como espirales. Me interrumpió
—Ponte las pilas Paola. Yo reí sin entender a que se refería. Cebamos mas mate mientras se escuchaba de adentro el ronquido del asistente quien aprovechó el tiempo para dormir.
—Mira Facundo, en nuestro país las carreteras son ensortijados paisajes que te van llevando de curva en curva por los pastos, hay unos secos como desiertos, otros florecidos como una explosión de colores de donde nace el arcoíris, en una curva llueve, en la otra se posa el sol. No hay rectas que cubren 17 horas interminables como esta; Para ir a cualquier región tienes que pasar por todos los climas, por el invierno más crudo con lluvia y la niebla que tapa la vista de los conductores quienes no ven la carretera sino que la adivinan porque no ven a mas de 1metro; luego recorres un trayecto y ya está el verano, un sofoco con un sol encima derritiendo el pavimento. Todo el paisaje son montañas de todo tipo, altas y anchas, pequeñas, peladas, otras con una parte cayendo, otras largas y filudas, algunas muy verdes y boscosas y otras de color amarillento como muertas, algunas tienen brazos y pareciera que lo hundieran a uno en ellos y en fin, así y todo se conecta todo el país, de algún modo las vías pasan por entre la montaña, otras pasan por debajo y por encima de ellas, otras más rodean el paisaje; Siempre se está uno en un lugar distinto, en un momento crees que has llegado a la cima y piensas que se acabó la vía pero de repente giras y te encuentras una falda que se descuelga a lo largo de la cumbre y que lo lleva a uno a una región pequeña.
Facundo esta vez me dejó hablar, en su cara se dibujaba una sonrisa, como la de los niños cuando se les lee un cuento y en su mente lo van viviendo, lo dibujan. Continué, —Dicen que en las curvas más peligrosas aparecen espantos, son las almas de los que han muerto en el lugar, te llevan hacia el vacio tal vez con la intención de no quedarse solas ahí, el vacio se las traga, también en esas curvas hay muchas cruces como homenaje a cada vida que allí terminó. Los carros pasan por filos maniobrando la cabrilla grado a grado ya que con cualquier movimiento mal calculado puede terminar en un gran precipicio donde nunca nadie encuentra luego restos de nada. Hay túneles donde el aire tapa los oídos y no puedes escuchar sino tu voz.
Facundo con cada detalle que yo le daba abría los ojos aunque no me miraba, era extraño porque luego de que retómanos el camino nunca volvió a posar sus ojos inquisidores en mí, sino que se concentraba en la vía, no la abandonaba, ni siquiera parpadeaba. Comenzamos a tomar más velocidad, el tablero marcaba 100km por hora, yo me empezaba a preocupar, pero a la vez me a alegraba el hecho de que recuperaríamos el tiempo perdido. El bus comenzó a zigzaguear, pensé que algo andaba fallando, Facundo jugaba con la cabrilla, iba haciendo eses por la recta, yo me sorprendí, pero veía en Facundo completa tranquilidad, seguridad de lo que hacía, creí que andaba calibrando o verificando las llantas del carro, entonces continué —Los pueblos por los que uno a veces pasa son como los que García Márquez describe en sus libros, ¿viste, en Colombia se produce otro tipo de buenas yerbas?, le recalqué mirándole, —pueblos fantasmales donde hay mucha bulla como si vivieran mil personas pero donde no vive nadie, donde los radios no paran de sonar, donde los pastos son demasiados amarillentos para los cultivos, los habitantes tienen en sus caras el color de la tierra. Facundo me miró, su ojos estaban en otro lado, su mirada estaba ida, por un momento empezó a concentrase en mi y abandonó la vía, sin embargo yo trataba de pasar por alto mis miedos porque a veces los exagero y pierdo el sentido de lo que es común. Continué — Cuando uno se va acercando a una pequeña región se lo anuncia el viento cálido, los niños salen a perseguir el bus, los burros abren paso, los señores alzan sus sombreros como bienvenida, las mujeres se ven en las ventanas de los caserones peinando largos cabellos negros y los señores cargan bultos de mercado que venderán en las plazas, se escuchan las ollas rechinado en los fogones y el olor a carne cruda indica que ya es medio día, una pequeña carretera se abre, los brazos de la montaña ya te tienen dentro como al resto de la gente que vive en las pequeñas regiones. Gente linda que en su vida no ha hecho más que sembrar yuca y café, nunca marihuana, tal vez la mayoría de la gente haya visto jamás una mata de estas.
Facundo pone una canción y comienza a cantarla en voz alta, la cabrilla tiembla por la velocidad, el bus era movido por el viento que rompíamos, el cielo comenzó a ser cercano…
Es lo único de lo que me acuerdo. El policía comenzó a enseñarme las fotos del accidente. El cuerpo de Facundo extendido en el suelo. De la suerte de los otros pasajeros y del asistente no supe. Habíamos llegado al hospital de Rojatellus, había llegado a mi destino. El informe del accidente concluyó que no hubo ninguna falla mecánica, encontraron rastros de marihuana en el cuerpo del conductor y en su historial decía: Militar argentino destituido en el año 1997 por porte ilegal de sustancias.